PSICOLOGÍA COTIDIANA por Rudy
Daini
¿INTELIGENCIA
PARENTAL?
Por lo general para
determinar la valía de una persona se tiene la costumbre de etiquetarla de
acuerdo a su Cociente Intelectual. Sin embargo, esta manera restringida y pobre
de concebir el intelecto, ha caído en desuso desde que Howard Gardner presentó
su estudio sobre las Inteligencias Múltiples. El ser humano dispone de diversas
habilidades mentales que son independientes entre sí y que constituyen sus
fortalezas. Gardner nos habla de ocho distintas habilidades mentales:
Inteligencia Lingüística (facilidad con la que escribimos y comprendemos lo que
dicen los demás), Inteligencia Lógico-matemática (facilidad para realizar
operaciones mentales relacionadas con un sistema formal), Inteligencia Espacial
(habilidad a la hora de recrear y manipular espacios en nuestra imaginación),
Inteligencia Musical (facilidad para elaborar y apreciar la música),
Inteligencia Corporal (facilidad para conectar con el propio cuerpo),
Inteligencia Intrapersonal (facilidad con la que aprendemos a analizar todo
aquello que ocurre en nuestra mente), Inteligencia Interpersonal (facilidad de
establecer empatía con los demás), Inteligencia Naturalista (facilidad de tener
éxito en el uso de los elementos que nos ofrece el entorno, de manera creativa
y novedosa).
Más tarde, el
psicólogo Daniel Goleman popularizó la Inteligencia Emocional. La definió como
todas aquellas habilidades emocionales que influyen decisivamente en nuestra
vida diaria. Somos Inteligentes Emocionalmente si tenemos Autoconocimiento
Emocional, Autocontrol Emocional, Automotivación, Reconocimiento de Emociones
en los demás (empatía) y Relaciones interpersonales o habilidades sociales.
Más recientemente
hemos empezado a hablar de la Inteligencia Parental. Cuando no la tenemos bien
desarrollada, muchas de las conductas de nuestros hijos logran desbordarnos
emocionalmente. Rabietas en lugares públicos, pataletas con las comidas,
agresiones entre hermanos o hacia otros niños y rechazo a irse a dormir; son tan
sólo algunas de las tantas con las que a menudo nos enfrentamos. Cada vez que
aparece este tipo de comportamiento y nosotros los padres intentamos
controlarlos y modificarlos, pero fracasamos, no sólo hacemos que el problema
persista y se repita una y otra vez, sino que nos sentimos más frustrados por
no ser capaces de resolver adecuadamente la situación, y culpables por no saber
ejercer apropiadamente el rol paternal que sentimos nos corresponde. Tras cada
intento frustrado de solución, toda nuestra “emocionalidad” distorsionada
aumenta su presencia y le resta objetividad a los esfuerzos que intentamos una
y otra vez. De esta manera y sin percatarnos de ello, los padres pasamos a ser
parte activa del “problema”.
Nosotros, los seres
humanos, nos olvidamos con frecuencia que llegamos a nuestra existencia con la
tarea implícita de preservar la vida y garantizar la continuidad de nuestra
especie. Es algo que hemos venido haciendo durante milenios y que nos ha
permitido llegar hasta nuestro presente. Es una “fuerza” que se encuentra
presente en nuestra programación básica. La llamamos Instintiva cuando nos
referimos a la vida de los animales, pero por lo general no la calificamos de
esta manera cuando hablamos de seres humanos. Con los años hemos dejado que nuestra
cultura (religión, leyes, medicina, educación) se encargue de marcar las pautas
de nuestra existencia en todos sus aspectos, de decirnos cómo ver y actuar, en
esencia cómo debemos ser, incluso en contra de nuestra propia programación
genética. En los últimos años han surgido movimientos que intentan desde
diferentes ámbitos rescatar este “instinto parental” inherente a la condición
humana. Asociaciones que desean rescatar la importancia del parto respetuoso,
de la lactancia materna, una educación más “humanizada”, de alcanzar un mundo
más limpio y adecuado para nuestros hijos. Este esfuerzo consciente lo
incluimos en lo que denominamos Inteligencia Parental. La relación que
sostenemos con nuestros hijos difiere de la que podemos sostener con otras
personas. En primer lugar, el interés y el afecto que colocamos en ellos se
destaca por encima de cualquier otro, esto debido en gran parte a ese factor
“instintivo” al que hemos hecho referencia antes. En segundo término, el número
de intercambios emocionales que sostenemos con nuestros hijos desde que los
gestamos hasta que logran valerse por sí mismos son muchísimos más que con
cualquiera otra persona. Tercero, nuestros hijos con sus comportamientos nos
“tocan” muy a menudo nuestra “sombra” como ningún otro ser humano. Entendemos
como “sombra” a todos aquellos aspectos inconscientes que hacen parte de
nuestra personalidad y que, por no encontrarse adecuadamente resueltos, no
tienen acceso a nuestra consciencia. Nuestros hijos nos “llevan” a
“revivir” nuestra propia relación con nuestros padres y la trayectoria de
nuestra infancia. A riesgo de que parezca exagerada la expresión, con
frecuencia decimos que: “Nuestros hijos han venido al mundo, entre otras cosas,
para recordarnos quiénes somos y qué aspectos de nosotros mismos debemos
atender y resolver”.
La Inteligencia
Parental puede resumirse en la capacidad de hacerse cargo de manera proactiva
del proceso de embarazo y parto; en la capacidad de desarrollar destrezas
básicas en el cuidado y relación con el hijo (apego positivo) desde que nace
hasta que se convierte en autónomo e independiente; en la capacidad de ofrecer
los cuidados físicos necesarios de alimentación, higiene, atención de
enfermedades y vestido; en la capacidad de reconocer los sentimientos propios y
de los hijos de manera objetiva y saber atenderlos adecuadamente; en la
capacidad de ser afectuosos; en la capacidad de saber llevar una comunicación
adecuada y atender con acierto los problemas que se presentan (rabietas y otras
conductas; en la capacidad para distinguir objetividad y “sombra”.
Cada uno de nosotros con una simple reflexión “sabe” o
intuye cuando es el momento de generar algún cambio interno y por lo tanto
cuando es menester solicitar la ayuda adecuada. Desarrollar nuestra
Inteligencia Parental nos permite disponer de todo nuestro potencial y
disfrutar plenamente de la vida.