Por los 90´ decidí irme una temporada a New York. La escusa: estudiar inglés y tantear el mundo del arte en esta maravillosa ciudad. Las primeras semanas estuvieron llenas de días de romanticismo donde cada rincón, sobretodo del Soho o Greenwich Village, se convertían en un estudio o un sitio de encuentro de artistas e intelectuales. Manhattan, tenía en aquel entonces más de 2000 galerías que por lo general renovaban sus exposiciones, casi todas colectivas, cada 15 días. Lucía una extraordinaria oportunidad para cualquier artista. Sin embargo, la realidad fue otra.
Estando presente en una exposición colectiva en la que afortunadamente logré participar, pude constatar como cientos de artistas, venidos de todo el mundo, desfilaban como vendedores ambulantes mostrando sus portafolios, la mayoría de las veces con muy poco éxito.
Hoy en día, esta realidad no ha cambiado, más bien diría que ha empeorado. Las crisis económicas, la escasa importancia que tiene el arte en la cultura contemporánea sobre todo a nivel del gran público, los reducidos programas de ayudas, la aparición de nuevas tecnologías que "copian" y "pegan"; le han puesto muy cuesta arriba la vida a los nuevos artistas.
Hoy en día, la gran mayoría de los artistas deben dedicarse a otras labores para poder sobrevivir, muchas veces con el sabor amargo de quien percibe que lo que ha creado, como no ha logrado trascender, "no vale".
Siempre he admirado a los artistas que como mi padre, el escultor Hugo Daini, confiaron en su trabajo y a pesar de tener que enfrentarse a períodos de estrechez económica, terminaron saliendo a flote y alcanzando el éxito. La fe en si mismo, y no necesariamente el tipo de obra que se realiza y la capacidad comercial que se tienen para venderla, pareciera ser la clave de este oficio.
Estando presente en una exposición colectiva en la que afortunadamente logré participar, pude constatar como cientos de artistas, venidos de todo el mundo, desfilaban como vendedores ambulantes mostrando sus portafolios, la mayoría de las veces con muy poco éxito.
Hoy en día, esta realidad no ha cambiado, más bien diría que ha empeorado. Las crisis económicas, la escasa importancia que tiene el arte en la cultura contemporánea sobre todo a nivel del gran público, los reducidos programas de ayudas, la aparición de nuevas tecnologías que "copian" y "pegan"; le han puesto muy cuesta arriba la vida a los nuevos artistas.
Hoy en día, la gran mayoría de los artistas deben dedicarse a otras labores para poder sobrevivir, muchas veces con el sabor amargo de quien percibe que lo que ha creado, como no ha logrado trascender, "no vale".
Siempre he admirado a los artistas que como mi padre, el escultor Hugo Daini, confiaron en su trabajo y a pesar de tener que enfrentarse a períodos de estrechez económica, terminaron saliendo a flote y alcanzando el éxito. La fe en si mismo, y no necesariamente el tipo de obra que se realiza y la capacidad comercial que se tienen para venderla, pareciera ser la clave de este oficio.
A propósito del día de la madre
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