A principio de este año, en una visita a Roma, llevé a mi familia para que conociera el café El Greco, cerca de Piazza Spagna. En este sitio, lugar casi obligado hoy en día para turistas, mi madre con alrededor de 18 años conoció en la década de los cuarenta a mi padre, el escultor Hugo Daini. En aquellos tiempos de posguerra los artistas frecuentaban este prestigioso café, testigo de primera línea de interesantes y constructivas tertulias en torno al arte contemporáneo. Un retrato de mi madre pintado sobre una servilleta es una prueba de aquellas intensas reuniones.
Lo cierto, es que ya a los 28 años, Mitzi, como la llamamos todos, vivía en Venezuela junto a mi padre, tenía cuatro hijos y además de trabajar en el Patronato Italo Venezolano, de Asistencia al Inmigrante, atendía la familia y sobre todo le prestaba apoyo a mi padre.
Ser esposa de un artista y madre de varios, requiere de mucha inteligencia y temple emocional. Es frecuente oír que detrás de todo gran hombre hay siempre una gran mujer. Y en el caso de un artista esta verdad se multiplica.
Aquella noche, cuando salíamos del Greco, empezaban a llegar señores y señoras que iban a reunirse en la parte posterior del café. Un mesonero nos contó que como cada mes, se reunía un grupo de romanistas: escritores, periodistas e intelectuales, amantes todos de la ciudad eterna.